Ilusión e inocencia del primer embarazo.
Ser madre era una evidencia en mi proyecto de vida desde que era muy joven. Es una de las primeras cosas que compartí con mi marido cuando lo conocí, sin miedo, porque era impensable para mi alimentar una relación si no iba a haber descendencia. Coincidimos con este proyecto a largo plazo, y seguimos construyendo nuestra relación, tomando nuestro tiempo en cada etapa.
Cuando tomamos la decisión de hacer realidad el deseo de acoger a un bebé, empezó la espera, y la esperanza mes tras mes de que este sueño se materializara. Sabíamos que podrían pasar meses o incluso años hasta que el milagro pasara, y nos mantuvimos pacientes en esta espera llena de ilusión, de imaginación y de proyección de lo que sería nuestra vida con un nuevo miembro en la familia.
Y algún día el milagro llegó, después de 19 meses de espera. En varias ocasiones durante este periodo había pensado estar embarazada, y cuando el test resultaba negativo la decepción me invadía. Tardé 6 semanas en darme cuenta que esta vez iba a ser diferente, y que el test saldría positivo. El día en qué decidí hacerlo, temblaba de excitación, y a la vez la mantenía en secreto para no alarmar a mi marido sobre un hecho que todavía desconocía si era cierto o no. Cuando descubrí el resultado, mi alegría era inmensa. Me sentí tan agradecida que la vida nos hiciera este regalo tan deseado. Le di la sorpresa a mi marido, y empezamos la mayor aventura de nuestra vida después de 10 años juntos.
Me encantó estar embarazada. Estaba llena de energía, ilusionada, y motivada para saberlo todo acerca del parto. Me había dado cuenta que a partir de entonces, todas las decisiones que iba a tomar no solo iban a tener consecuencias sobre mí, sino también sobre mi bebé.
Empezamos un acompañamiento con haptonomía que consiste en hacer participar al papá para que aprenda a relacionarse con su bebé in útero. Fue muy bonito ver cómo él podía ser activo en crear una relación con su bebé a pesar de no llevarlo dentro. Para mí fue un espacio necesario también para poder expresar todo lo que sentía. Además de alegría, sentía también un miedo tremendo. Miedo a lo desconocido, miedo a parir, miedo al dolor, miedo a no conocerme a mí misma en este nuevo rol que ya estaba adoptando con mi bebé alojado dentro de mí, miedo a ser quién soy y queriendo ser mejor para mi bebé… poder expresarme en un lugar seguro me ayudó a expulsar todo lo que llevaba dentro y que me podría haber impedido vivir conscientemente uno de los momentos más especiales de mi vida.
El embarazo significó cuidar de mí para cuidar a mi bebé: cuidaba mi alimentación, mi descanso, mi ejercicio físico, y mis emociones. Esta etapa también fue una etapa de preparación para el parto, y había decidido tener un parto natural, sin epidural. Sentía la necesidad de vivir íntegramente lo que es dar a luz, de sentir mi cuerpo, las sensaciones, las informaciones que me daba, y en conexión con mi bebé. Me preparé físicamente con mi marido, emocionalmente, y mentalmente. Era para mi otra forma de conocerme.
¿Qué aprendí de esta experiencia?
Viví este embarazo como una experiencia de plenitud y de inocencia. Lo recuerdo como un momento muy especial y tierno de mi vida, y a la vez sé hoy que, a pesar de haberme preparado y leído muchos libros, me faltaba mucha información para llegar al postparto de forma serena.
Me centré en el embarazo y el parto pensando que luego todo fluiría, y no había anticipado que parir no era el final sino el inicio, y que requería también una preparación adecuada.