Cómo despedirse de lo antiguo y dar paso a lo nuevo.
Negación
Al convertirme en madre, viví muchas emociones que no había anticipado, una de ellas fue el miedo frente a la responsabilidad de ser madre. Con mi bebé en brazos después de 9 meses en seguridad en mi barriga, sentía su fragilidad y mi necesidad de protegerle. El proteger a mi bebé se había convertido en mi prioridad, y ocupaba mis pensamientos, mi tiempo, mi vida. También sentí miedo a la muerte. Al dar a luz, tomé consciencia de lo que es la vida, y esa no existe sin la muerte. Había engendrado una nueva generación que me empuja inevitablemente y lentamente hacia mi propio fin.
Ira
Me resistí un tiempo a todas estas emociones que despertaban en mí y que no entendía. Necesitaba el tiempo para poderlas nombrar, reconocer, y aceptar. Hasta entonces sentí ira porque lo único que era visible a mis ojos es que había perdido mi libertad, y no lo había anticipado. Pensaba vivir la misma vida que hasta entonces, con un acompañante más, pero era una ilusión. Un recién nacido tiene unas necesidades que requieren una atención plena y una devoción tal que como persona no había otra alternativa que olvidarme. En esta etapa descubrí la ambivalencia maternal, porque a la vez no me veía capaz de hacer otra cosa que cuidar de mi bebé.
Negociación
Entonces poco a poco me fui adaptando a esta nueva realidad, a esta ambivalencia que me generaba ganas de estar a solas con mi bebé y a la vez de volver a vivir una vida fuera de casa.
Depresión
Estaba muy feliz por el regalo que la vida me había brindado, y a la vez tenía nostalgia de quién yo había sido y por darme cuenta que esa persona no volvería nunca más. Perder la inocencia y la ligereza de mi libertad despertaba tristeza y frustración en mí.
Aceptación
Con el paso del tiempo y al tener mejor conocimiento, añadí más práctica de cómo cuidar de mi bebé, pude empezar a crear una nueva forma de libertad. Una libertad condicional, que se da en tiempos de siestas y paseos en cochecito, o alguna hora que me permitía salir sin mi bebé para caminar o hacer deporte. La vida se iba reorganizando poco a poco, reequilibrándose tomando en cuenta las nuevas piezas de una vida familiar en construcción.
Al cabo de un tiempo y analizando lo que había vivido, me di cuenta que había tenido que hacer el duelo de mi vida de antes de dar a luz. Aceptar que esa vida que adoraba no volvería necesitó un tiempo de adaptación, y paradójicamente creo que el hecho de ser feliz de ser mamá, me ayudó a vivir esta transición. Lo mismo que me generaba tristeza me impulsaba a ser feliz con la nueva vida que había elegido conscientemente.
Hacer el duelo es despedirse de lo antiguo para dar paso a lo nuevo. ¿Y tú, has tenido que hacer un duelo al convertirte en mamá?